LA  CAZA  DEL  ANTÁRTICO
                                                         

   Un gran impulso a la industria bellenera se lo dio en el siglo XIX un cazador y guía noruego, G. A. Larsen, quien a raiz de una expedición  cientifíca en el Antártico, observó el gran número de rorcuales que poblaban aquellos mares. Con la ayuda de financieros argentinos y utilizando sus conocimientos de las islas del sur, donde ya había cazado focas, en 1904 construyó una base en una isla de Georgia del Sur, en el fondo de una ensanada bien protegida. Disponía sólo de dos pequeños veleros y de una ballenera de vapor, pero fue el inicio de una despiadada caza que debía hacer alcanzar a la industria ballenera niveles comerciales sin precedentes.
   Los rorcuales del Antártico nunca habían sido molestados y no huían ante la proximidad del hombre. Eran tan numerosos que las capturas superaban generalmente la capacidad de elaboración de las factorías de las bases, por lo que solamente se elaboraba la grasa, mientras que el armazón del cuerpo, cortada a trozos, se arrojaba al mar. Cerca de las primeras bases de aquella época  las playas estaban cubiertas de los huesos de los cetáceos muertos. Se trataba de un despilfarro, porque la carne y los huesos de los rorcuales también contienen aceite; pero este método era igualmente rentable y ahorraba los gastos de intrumental para la elaboración de la carne y de los huesos.
   Georgía del sur, por lo menos nominalmente, territorio inglés; de este modo, el gobierno británico se interesó pronto por los belleneros noruegos allí establecidos, y en 1906 un barco inglés, el Sappho, llegó para imponer al reacio Larsen el pago del alquiler de la base y de una licencia para el ejercicio de la caza. A pesar de estas complicaciones físcales, la  compañía de Larsen tuvo tales beneficios que ya en 1911 otras seis compañias alquilaban al gobierno británico 8 bases en Georgía del Sur y una en las Shetland del Sur. Las bases para la caza de los rorcualos en el Antártico eran semejantes a las existentes en muchas otras muchas partes del globo. El centro de la estación estaba dedicado al descuartizamiento: un ancho espacio en declive que terminaba en el mar, donde los cetáceos eran despedazados tras haber sido depositados en él mediantes chigres de vapor. A un lado estaba situado la caldera para fundir la grasa; al otro, cuando el resto del cuerpo era aprovechado, se hallaba la caldera a presión donde se trataban la carne y los huesos con vapor sobrecalentado. A menudo existía también un cobertizo con numerosos hornos tubulares para la producción de abono orgánico y de cenizas, mediante desecación y reducción a polvo de carne y huesos. Alrededor se encontraban los almacenes para los instrumentos, el taller macánico y otros muchos anexos, puesto que las estaciones de los balleneros debían ser autosuficientes para las reparaciones tanto de los barcos como de la maquinaria.
   Hasta mucho después de la primera guerra mundial se usaba como combustible el carbón, necesario en gran cantidad; hasta alrededor del 1915 el aceite se almacenaba en grandes cisternas y se transportaba en barriles, hasta el punto de que éstos se convirtieron en la unidad de medida de los resultados de las campañas de caza, incluso cuando, más tarde el aceite empezó a transportarse a granel. Las barracas y las cocinas, capaces para trescientos o cuatrocientos hombres, se construían lejos de la fábrica, y, entre ellas, la residencia del director de la baseocupaba la mejor posición.

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